- No hay menú, solo caldo de mote.
Los clientes aumentan en la mesa larga, que también sirve de límite entra el puesto y uno de los caminos del mercado. Cogen sus bancos de madera para esperar su almuerzo y el niño de la calle detiene su camino frente al puesto de comida. Presiona con fuerza su bolsa de plástico de color jebe y su rostro parece querer soltar alguna palabra, tal vez coherente. Da un par de miradas a la señora cocinera, pero no tiene noción de nada –al parecer- y no se nota que intenta llamar su atención. Sin embargo la señora responde al pedido que nunca se hizo.
- vienes por tu caldo ¿no? - le dice de la robusta señora mientras su cálida mirada intenta no mostrar pena.
- Ajá… - apenas responde el adolescente mientras la mugre esparcida en el rostro no nos deja ver el gesto de labios retorcidos entre agradecimiento y hambre.
- Él no era aquel que ven – se dirige a sus clientes la señora, cuando el adolescente pequeño, muy pequeño, ya se ha ido presuroso; con rumbo hacia alguna esquina para tomar su aún caliente sopa.
Todos la escuchan interesados y aún antes de levantar la mirada hacia ella ya estaban resignados sobre el futuro del chico, descalzo, pequeño, perdido, sucio. Pero nadie tenía idea del pasado.
- Venía muy peinadito con su bolsa de caramelos listo para trabajar – continuó la señora – no entiendo cómo lo dejaron tan solo. No hubo un día en que haya venido y no le diera almuerzo. Pero su familia no le dio lo demás. – terminó la señora, también resignada.